miércoles, 30 de mayo de 2007

Sobre las arengas en el cine

Este fin de semana que se marcha acudí obligado a ver Piratas del Caribe: en el fin del mundo. No quiero extenderme a propósito de este estomagante filme, pero he creído que algunas de sus partes merecen un poco de nuestro tiempo. Uno de los mejores momentos de la película es cuando los piratas liderados por La Perla Negra (capitaneada por tres señores de los nueve piratas, la lagartija Knightley, el Depp y el gran Geoffrey Rush, además del Lego-blás moreno) se encuentran ante más de cien navíos de la armada de la compañía de las indias orientales. La situación es crítica y Zimmer se esfuerza para que la música acompañe, es verdad. Entonces todos parecen acongojados por semejante superioridad numérica. Habían decidido atacar, con valentía, contra aquellos que querían poner fin a la piratería. Entre las voces disidentes se alza la que quería ser como Beckham (no le queda aún ni nada), y sobre la barandilla del barco comienza a soltar una de las peores arengas bélicas jamás escrita para la gran pantalla. Peor aún que la triste perorata que soltó el Rey Theoden ante los Eorlingas, y mucho peor que aquellas palabras de Aragorn ante los pueblos libres, ambas de El Retorno del Rey (maldita Philippa Boyens, maldita seas por siempre). Mucho más triste que lo que suelta Balian de Ibelín ante las puertas de Jerusalén para detener a Saladino, hecho que provocó la tercera cruzada en 1187 (repite Orlando Bloom). No tiene nada que ver tampoco con la triste charla de los samuráis dirigidos por el último de ellos (gracias a Dios), Tom Cruise. Aún peor que la intervención de Morpheo ante los habitantes de Sión asustados ante la llegada de las máquinas al núcleo, en Matrix Reloaded. Sí, estamos ante la peor de todas ellas. Con aire William Wallace, los piratas recurren a la libertad, a su libertad para afrontar la lucha, pues si huyen hoy, mañana no serán libres para poder coartar la libertad de los demás. Tan lastimoso argumento hizo que se me saltaran las lágrimas y corrieran por mis mejillas. ¡Apenas podía creer lo que oía! Las palabras se sucedían mientras la bilis se agolpaba en mi garganta. Los guionistas debieron haber escrito la película en un despertar de su profunda subnormalidad. Tan impresionados quedaron todos que posiblemente no quisieron ser tachados de intolerantes, y Verbinski debió aceptar tan lamentable guión de semejantes discapacitados. Qué pena.

Y como no me apetece abandonaros con semejante recuerdo os dejo transcrita una de las mejores (tal vez la mejor) arengas pronunciadas en el cine, aquella que ha aparecido en varias películas (como Un Poeta Entre Reclutas de Danny DeVito) y que no os dejará indiferentes.

El 25 de octubre de 1415, tras meses de fatigoso viaje las fuerzas inglesas, lideradas por el príncipe de Gales, se encuentran con los ejércitos de los señores de Francia en Agincourt. Los franceses, descansados y montados, superan cinco a uno a las fuerzas inglesas, mermados por la fatiga, la enfermedad y la sombra de la derrota. De nuevo un tópico rescatado una y otra vez en la gran pantalla. Numerosas fuerzas contra unos pocos, aroma de la más pura épica, caldo de héroes y mártires. Pero esto fue real, las fuerzas de Enrique V de Gales, mejor organizadas y peor pertrechadas, lucharon con coraje y vencieron al ejército de Francia que se desmoronó en su carga, desorganizada por los fuertes arqueros de la tierra de Cymru. Su victoria les abrió las puertas de Francia, de la que conquistó grandes trozos de tierra. Esto es nada más y nada menos lo que sucede en la película Henry V, basada en la obra homónima de William Shakespeare, dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh (donde aparece un joven galés, Christian Bale), y perdonadme aquellos que prefiráis la versión de Lawrence Oliver (también es cierto, más galardonada). Y esto es lo que el Rey dedica a sus tropas momentos antes de la batalla:

[...] si estamos señalados para morir, somos suficientes para pérdida de nuestro país. Y si vivimos, cuantos menos sean los hombres, más grande será el honor. Por Dios os ruego que no deseéis ni un hombre más, no. Más bien proclamadlo, Westmoreland, a través de mi ejército: aquel que no tenga estómago para esta batalla, dejadlo marchar. Se le hará pasaporte y se le pondrá en la bolsa una corona para el viaje. Nos no moriremos en compañía de aquel hombre que tema que su hermandad muera con nosotros. ¡Este es el día de la fiesta de San Crispín! Quien sobreviva a este día y vuelva sano a casa, se pondrá en las puntas de los pies a la mención de la fecha y se crecerá al nombre de Crispín. Quien vea este día y llegue a viejo, cada año, de víspera, festejará a sus vecinos y dirá: “¡mañana es San Crispín!” Entonces, levantará la manga y mostrará sus cicatrices y dirá: “estas heridas las recibí el día de San Crispín”. Los ancianos olvidan, todo será olvidado, pero él recordará con ventajas qué proezas realizó aquel día, y nuestros nombres serán tan familiares en sus bocas como los de sus parientes. Harry, el Rey. Bedford y Exeter, Warwick y Talbot, Salisbury y Gloucester, serán, en sus rebosantes copas fielmente recordados. Esta historia contará el buen hombre a su hijo, y Crispín Crispiniano nunca pasará, desde este día hasta que el mundo acabe, sino que, nos, en él seremos recordados. Nos, pocos, nos, felices pocos, nos banda de hermanos; porque aquel que hoy vierta su sangre conmigo será mi hermano, porque por muy vil que sea, este día ennoblece su condición, y los caballeros ahora en sus lechos de Inglaterra se considerarán malditos por no estar aquí, y tendrán su hombría en baja estima cuando oigan a hablar a aquel que luchara con nos ¡el día de San Crispín!

Y mientras, la orquesta sinfónica de la ciudad de Birmingham, al cargo de Sir Simon Rattle (ahora con la película de esto es ritmo!), interpreta la partitura compuesta por el irlandés Patrick Doyle.

Heibiad.

lunes, 28 de mayo de 2007

Diálogos para el recuerdo II



Una nueva entrega de los diálogos que nos han marcado. Esta vez recalamos en el cine español. Una película de Álvaro Sáenz de Heredia (1990), protagonizada por Josema Yuste (Conde de Capra Negra) y Millán Salcedo (el criado Antoine), más conocidos por Martes y 13. La película es una de las grandes: “Aquí huele a muerto... (¡pues yo no he sido!)”.
El señor conde le roba la leche a un vecino, pues no tienen ni para pipas, pero se le derrama por el suelo...
-Conde:
“¿Qué voy a desayunar? ¡Mendrugo! ¡Vamos, piensa algo! ¡Piensa! ¡Piensaaa!”
-Antoine:
“No puedo pensar...”
-Conde: “¡Je! No puedo pensar... ¡mendrugo!”
-Antoine:
“Mendrugo... sí. Yo tengo dos mendrugos y con unos huesos podría preparar un caldito.”
Nené viene a casa del conde a merendar y éste piensa en pedir su mano y así salir de la miseria, pero no tienen nada que ofrecerla, a excepción del café usado del bar de abajo. Pero es lo único que tienen...
-Conde:
“¿Les puedo ofrecer algo...? Quizás... No sé... ¿Café?”
-Antoine: “Tenemos de todo. Por supuesto tenemos café. Café sólo. Café oscuro. Café negro. Café marrón. Café turco. Café del norte. Café del sur. Café... que no lo había dicho. Cafecillo...”
-Nené: “Para mí un té, gracias.”
-Conde: “Sí. Un té.”
-Antoine: “Sí. Café sólo.”
-Nené: “He dicho té.”
-Antoine:
“¿Sólo?”
-Nené: “Con limón, gracias.”
-Antoine: “¡Ah...! No se las merecen. Café con limón.”
-Conde: “No seas zoquete. Te ha pedido un limón sólo con café.”
En un vagón restaurante se disponen a cenar (de gorra) y, mientras les buscan asiento:
-Conde:
“Antoine, ahora vamos a cenar. Recuerda lo que tienes que hacer.”
-Antoine: “Sí, señor conde.”
-Conde: “¿Qué tienes que hacer?”
-Antoine: “Mmm... Pues ahora mismo... ¿Qué... qué tengo que hacer?”
-Conde:
“Grrr. El plan, estúpido.”
-Antoine:
“¡Ah, sí! El plan estúpido.”
-Conde:
“¡No! El plan. (Capón) Punto. Estúpido.”
Nicole, una escritora que conocen en el tren camino a Somolskaia, se asusta por un gato mientras se asea, cayéndosele la toalla que la cubría el pecho. El ruido alerta al conde, quien abre la puerta y la encuentra cubierta solamente con otra toalla hasta la cintura:
-Conde:
“¡Ahh...! Buenas... Buenas tetas. Digo... Buenas tardes. Di... Digo... Buenas noches. Se te ha caído una teta. Digo... ¡Huy! Digo... La toalla.”
El notario muere de risa mientras leía el testamento del difunto Barón de Somolskaia. Antoine y el conde van a bajar el cuerpo al sótano y Alfredo (el conde) se gira para pedir ayuda a Nicole, encontrándose frente a su generoso escote:
-Conde:
“¡Nicole!”
-Nicole:
“¿Si, Alfredo?”
-Conde: “Vete abriéndonos las piernas... Digo... Las puertas. Vete abriéndonos las puertas que vamos a follar... Digo... que vamos a bajar.”
Mientras Nicole y el Conde van a clavar una estaca en el corazón del conde Drácula (¿?), Antoine se queda sólo y con mucho miedo:
-Antoine:
“Tranquilo Antoine. Si estoy tranquilo. No sé a qué viene esto. No estás tranquilo y además, estás hablando sólo. Ja, ja, ja... Dice, dice que estoy hablando sólo.”

viernes, 18 de mayo de 2007

Flores para Algernon



AVISO: SE DESTRIPA EL LIBRO.
Y por fin me lanzo a escribir sobre un libro, algo que me produce, debéis saberlo, cierto pavor. La lectura de un libro representa una experiencia única y, hasta cierto punto, íntima. Desde mi punto de vista, un libro cambia dependiendo de la persona que lo lea. Es algo parecido a lo que intenta decirnos Michael Ende en “La Historia Interminable”, que somos capaces de influir en el libro tanto como el libro influye en nosotros, pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión. Así que comentar un libro es, si cabe, más subjetivo que comentar una película, un disco o un juego.
Tengo que agradecer a mi tío José Antonio el que me pusiera en contacto con esta novela y me recomendara su lectura. Te lo devolveré algún día.
Esta obra maestra de la ciencia ficción se publicó en el año 1966. Está escrita por Daniel Keyes. En principio, fue una novela corta, que más tarde se extendió hasta su longitud actual. Como dato curioso, Charlie pasa de tener 37 años en el relato corto a 32 en la novela final. El libro fue galardonado ese mismo año con el premio Nebula a la mejor novela. Cuenta con una adaptación al cine (que no he visto) titulada “Charly” (1968), por la que Cliff Robertson ganó el Oscar al mejor actor. La novela ha influido en muchos campos, desde un musical en Japón estrenado en el año 2006, hasta referencias en “Los Simpson”, cuando Homer se saca un lápiz de cera que se metió por la nariz cuando era niño y que le hizo volverse tonto. Acaba harto de ser listo y decide volver a meterse un lápiz para ser tonto de nuevo. Hay referencias en comics de Spider-Man, en la serie de televisión de “Ghost in the Shell” y “Friends”, y en los videojuegos de “Destroy all Humans” y “World of Warcraft”. Y muchas otras que serían excesivas para figurar aquí.
Pero pasemos a la trama del libro. Algernon es un ratón. Un pequeño ratón de laboratorio que, junto con Charlie Gordon, un chaval con retraso mental que trabaja en una panadería, es sometido a un experimento para aumentar su capacidad cerebral y su inteligencia. Realmente, el muchacho se presenta voluntario. El libro está narrado como el diario del chico, desde su punto de vista . Comienza de la siguiente manera (literal):
“El doctor Strauss dise que debo escrebir lo que yo pienso y todas las cosas que a mi me pasan desde aora.”
Tras esto comienza el crecimiento intelectual de Charlie y de Algernon, comparados sistemáticamente por los doctores responsables. El chico comienza a percibir la realidad de un modo totalmente distinto, descubriendo de manera directa y, en ocasiones traumática, el mundo adulto con todas sus oportunidades (el amor con su profesora Alice Kinnian) y todas sus miserias (el descubrir que la gente que él pensaba sus amigos sólo le veían como un pasatiempo, sintiéndose recelosos con su recién adquirida inteligencia). Pero la capacidad intelectual de Charlie sigue aumentando hasta llegar a superar a los doctores que le trataron. Pero no todo seguirá así, pues la inteligencia del ratoncillo comienza a desaparecer, lo que implica que la de Charlie también seguirá el mismo camino. Condenado a regresar a la oscuridad de su mente, Charlie intenta por todos los medios encontrar una cura para frenar la degeneración, hasta que se da cuenta de la futilidad de sus esfuerzos y se ve relegado a volver a ser lo que siempre fue. Algernon muere, aunque no se encuentran evidencias en el libro para que Charlie también vaya a morir, por lo que, al concluir la novela, en uno de sus escritos lleno de faltas de ortografía, nos pide:
“por fabor si pueden pongan algunas flores en la tunba de Algernon en el patio trasero.”
La desesperación y el agobio del muchacho mientras ve como, a pasos agigantados, va perdiendo su capacidad de razonar, de pensar y de investigar se hace palpable en cada línea del escrito, pero luego él vuelve a ser feliz en su ignorancia y al lector le queda el recuerdo completo del proceso. Proceso que Charlie vive intensamente mientras reflexiona (cuando aún puede hacerlo) sobre cómo todo esto que le preocupa y le desespera dejará de tener importancia en apenas unas semanas. Esa certeza me parece terrible y es la parte en la que más pensé del libro.
Porque la decisión es complicada. Una vez que, como Charlie, tomas consciencia de que eres inteligente y disfrutas de un universo totalmente nuevo y apasionante, te dicen (o descubres en el pequeño Algernon) que volverás a ser tonto e ignorante, el mundo se te debe caer a los pies. Cabe pensar que llegará un momento en que te dé totalmente igual, pues tus preocupaciones serán distintas y más simples. Y la pregunta que inmediatamente me surgió fue: si pudieras ser más listo durante un tiempo y luego volver a tu estado, ¿lo harías?
Desde aquí lanzo la pregunta y yo la contestaré para animaros a pensar también a vosotros. Yo creo que sí. Aunque luego no te acuerdes, habrás disfrutado de cosas que ni siquiera ahora se te ocurrirían, porque también Charlie cuando no era más que un panadero, ignoraba aquello que le hará gozar cuando se vuelva más listo. Es decir, ignorar por desconocimiento o por olvido es lo mismo, es igual de duro. Yo aceptaría ser más listo, pues disfrutaría el momento y las ocasiones propuestas (Carpe Diem) mientras pudiera y, durante esos instantes, sería feliz. Es cierto que ser consciente de la pérdida de tu propia capacidad mental acojona, pero los beneficios superarán (desde mi punto de vista) los problemas.
Os animo a leer el libro y a contestarme. El debate está planteado y sólo falta vuestra opinión. Y hacedme un último favor, no dejéis sin flores la tumba de Algernon.
Para Samael. Por estar siempre ahí. Tantas, tantas cosas...

viernes, 4 de mayo de 2007

Sunshine... Como puedas

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Imagen de la película tomada de google.

Hace ya dos semanas que la vi, pero creo que esta gran película merece un momento de nuestro tiempo para su reflexión. A pesar de lo que diré a continuación tengo que resaltar la gran banda sonora que acompaña al filme y que lo salva, junto con su fuerza visual y su dirección, de ser una de las peores películas de ciencia ficción jamás rodadas.

La Gran Cagada.

La película empieza bien hasta pasados los primeros diez minutos, entonces todo comienza a torcerse. Resulta que la Gran Cagada es a la vez la primera de muchas, y el momento clave a partir del cual la película se vertebra. Como todos conocemos el principio de acción y reacción deberíamos saber que toda gran cagada en el hilo argumental de una obra genera una serie de situaciones de difícil resolución que generan, normalmente, cagadas derivadas de gran, o pequeño, tamaño (es decir todo gran poder conlleva una gran responsabilidad). Bien, la situación se produce cuando el tipo experto en comunicaciones recibe una señal del Icarus I (¿sabían que habría un segundo intento?). Al parecer sigue en órbita y es posible hasta que funcione. Esta gran situación se desparrama como una bolsa de mierda tirada contra el suelo y genera una serie de preguntas:

1. ¿Por qué hay un tipo escuchando el cosmos en busca de señales a lo Jodie Foster, cuando la misión es nada menos que salvar la tierra? ¿Hay que aprovechar tanto el tiempo?
2. ¿Por qué el comandante de la nave no tiene ninguna autoridad y delega la decisión al físico que no hace más que preguntar a la computadora las probabilidades de éxito?
3. ¿Cómo es posible que para explicar el inexplicable cambio de rumbo de la misión, se recurra a que ya no quedan más materiales fisibles en la tierra? ¿Qué pretenden salvar entonces?
4. ¿Por qué esperaron a que la Icarus I fracasara para enviar la Icarus II?
5. ¿Por qué han violado mis recuerdos de Alien imitando sus reuniones alrededor de la mesa de la Nostromo?

Cambio de rumbo.

Tras la gran decisión que hace que exista el proyecto de la película en Hollywood, la trama nos lleva a una segunda cagada, o cagada menor derivada de la primera. Cuando todo parece que va bien las alarmas de la Icarus II saltan. Son la promesa de que algo va mal (por otra parte nadie debería sorprenderse). La magistral habilidad de Boyle nos lleva ante el personaje que interpreta el chino, y nos lo muestra rodeado de papeles, desesperado y medio llorando ante la antorcha humana que está a punto de matarlo con la mirada. Al parecer el pobre hombre ha cometido un error: ha estado calculando a mano la corrección de la trayectoria de la nave (supongo que con la ayuda de la calculadora del móvil), pero a pesar de que lo ha hecho milagrosamente bien, se le ha olvidado reorientar el escudo. Joder, a semejante cerebro lo quiero en mi universidad, lo pondría a diseñar microprocesadores de doble núcleo con escuadra y cartabón. Es una pena que este hecho acabe con la autoestima del chino, y el psicólogo de la misión (el de la cara pelada), decida sedarlo durante 23 horas para evitar su autolísis (la hora 24 del día es la que utiliza, evidentemente, para suicidarse).

Se quema el jardín botánico.

Tras el craso error del chino, deciden voltear el escudo solar para arreglar las placas antes de que la nave pete. El oficial de comunicaciones se niega porque dice se perderá una antena de transmisión, y de esa forma estarán incomunicados cuando regresen a casa. La antorcha humana, que se huele que quiere seguir escuchando el cosmos, decide ignorar su petición, y de esa forma giran la nave. Esta situación crea de nuevo otros grandes problemas que empiezan a calar en el espectador de forma molesta.

1. Al perder la torre de comunicaciones se crea una combustión en el jardín botánico (sustento de oxígeno de la nave).
2. Se muere el comandante, que aunque no mandaba nada, no se merece una muerte tan patética disfrazada de heroísmo.

Icarus I.

Sin tener en cuenta el video que deja el anterior comandante de la nave, ni las imágenes subliminales de los tripulantes del Icarus I, nos adentramos en la nave que está cubierta de polvo. Tras una triste referencia a las películas de aliens por parte de la antorcha humana, inspeccionan la nave para descubrir (qué sorpresa) que no funciona, y que han ido para nada. Pero el espectador avispado conoce el porqué de su visita al Icarus I, pues efectivamente, para acabar de jodernos, el guionista decide meter el componente monstruo, por si era poco nuestro sufrimiento.

El Octavo Pasajero.

Como todo buen monstruo que se precie en cualquier película de serie B (Cromosoma III, Basket Case...) o de alto presupuesto (Depredador, Terminator, Alien...) el monstruo tiene la exasperante costumbre de salir indemne de todas las calamidades a las que se ve sometido (y a las que somete, a partes iguales), hasta el final. Como si necesitáramos de ese aliciente, la criatura comienza deshaciendo el acople de las dos ícarus dejando al físico (imprescindible en la misión), "torchie", el cara pellejo y el de las comunicaciones aislados del Icarus II. Un gran problema que Briseida (con esa cara de Troya que no se la quita ni para mear), decide medio solventar alineando las dos esclusas. El problema es que sólo hay un traje espacial y eso genera, de nuevo, más sucesos hilarantes. La antorcha humana, posiblemente provista de sus superpodederes, decide envolverse de papel albal para salvar el pellejo, y con la muerte ejemplar del psiquiatra, atraviesan el espacio (unos diez metros) en una hazaña solo igualada (atención, sólo para sentimentales) por Batman y los outsiders que salen a pelo y aguantando la respiración. Pero es que hablamos de superhombres, y como era de esperar, el de Contact (que no goza de la presencia ni el temple de su compañero) se mete un guarrazo y acaba muriendo (pero no despierta la misma lástima que el psicólogo o el comandante, pues éste no era un buen tipo). De esa forma tienen solucionado el problema del oxígeno (pues ya han muerto todos los que debían morir), y felices y contentos deciden continuar la misión.

Desenlace y desparrame.

Esta es la parte que más me gusta de la película. Todo comienza cuando la computadora (que quiere ser como HAL, pero me recuerda más a Inteligencia de Team America) anuncia al físico que van a morir porque hay un pasajero más que está consumiendo oxígeno. Me esperaba que en este momento Cillian Murphy mirara a la cámara, haciendo un guiño a ese gran maestro: Leslie Nielsen. Este anuncio de la computadora invoca a la criatura que aprovecha para herir al prota, de tal suerte que sufre pero no se muere (en eso el prota y el monstruo son siempre iguales). Y aquí, de nuevo, me ofenden con su caricatura de 2001, usando las puras luces blancas en contraste con la sangre vertida de Cillian en la sala de trajes. Bueno, opiniones a parte, lo que viene a continuación es la muerte de la botánica (sin pena ni gloria), la escaramuza de Briseida en la sala de emulación terrestre (¿alguien más se preguntó qué hacía todavía el chino muerto en dicha sala?), y la épica muerte de la Antorcha Humana, irónicamente congelado tras intentar volver a conectar a Inteligencia sin mucho éxito (faltó que cantara “Daysi”). Después la cámara nos muestra un mano a mano entre el físico y la misión, entre paradojas espacio temporales y demás efectos y brasas del monstruo de turno que al final desaparece sin dejar apenas rastro de su influencia. Qué bonito final. Tras desprender la bomba del cuerpo de habitación de la nave y descubrir que se quema (¿y el regreso?, parece que daba igual, estaban todos muertos); tras recuperar a Briseida después de haber sido olvidada; tras comprobar que el físico es imprescindible, tanto como un mono capaz de pelar un plátano... Y al final, tras tanto, y necesario, sufrimiento, la misión tiene éxito y el espectador sale satisfecho, una vez más, pues tiene esa sensación de que da igual lo que haga el hombre, pues sabrá sobreponerse a cualquier adversidad propia, o ajena. Tranquilos, estamos en buenas manos.

Bod Dedwydd.

jueves, 3 de mayo de 2007

Diálogos para el recuerdo


Lo prometido es deuda, estimados visitantes. Tras el puente vuelvo a reunirme con vosotros para ofreceros una ración extra de grandes momentos de la historia del cine. Como el Tiempo apremia, pasemos cuanto antes a lo que interesa.
-American Beauty (Sam Mendes, 1999). Ricky (Wes Bentley) va al instituto con su padre, Frank, un militar homosexual reprimido y de clara actitud homófoba interpretado por Chris Cooper. Esto sucede tras recibir un regalo de bienvenida al barrio por parte de dos vecinos gays. En el coche se ofende por la actitud que mostraron, libre y sin complejos, iniciando una conversación con su hijo:
-Frank: “¿Por qué los maricones tienen que pasárnoslo siempre por la cara? ¿Cómo pueden ser tan desvergonzados?”
-Ricky: “De eso se trata, papá. No creen que haya nada de qué avergonzarse.”
-Frank: “¡Pues sí lo hay!”
-Ricky: “Tienes razón.”
-Frank: “No me apacigües como si fuera tu madre, mocoso.”
-Ricky, mirando muy serio a su padre: “Perdón señor por hablar sin tapujos. Esos maricones de mierda me dan ganas de vomitar.”
-Frank, sorprendido, tarda un tiempo en responder, pero dice: “A mí también, hijo. A mí también.”
No es más que una película. A los colaboradores de este blog nos repugna la homofobia y la discriminación de cualquier tipo.

Eryri