La Santa Dwynwen (también conocida como Dwyn, Donwen, Donwenna, Dunwen) vivió en el siglo V después de Cristo. Fue una de las 24 hijas de un Rey y Santo galés llamado Brychan Brycheiniog, de Brechon. La bella y virtuosa Dwynwen se enamoró de un joven príncipe galés, llamado Maelon Dafodrill, quien la correspondió e intentó casarse con ella. Pero no pudo ser y las razones dependen de las fuentes. Se cuenta que el rey Brychan se negó a conceder el permiso a los jóvenes amantes debido a que ya había entregado la mano de su hija Dwynwen a otro príncipe. Otros, en cambio, dicen que ella se dio cuenta de que debía entregar su vida a Dios, convirtiéndose en monja a Su servicio.
Debido a la distancia que se estableció entre ellos, la amargura y la desesperación de Maelon fueron cada vez más insoportables. Al ver su sufrimiento y sentir el suyo propio, Dwynwen se internó en los bosques y rezó fervientemente a Dios para que la ayudara a poner fin a la tristeza que le asolaba tanto a ella como a su amante. Tras sus rezos, cayó plácidamente dormida y soñó que la daban de beber un dulce néctar que la libró inmediatamente de los desvelos de su amor y consiguió que su corazón olvidara la pena. Sin embargo, Maelon se transformó en una estatua de hielo al beber la poción. De nuevo rezó Dwynwen y Dios, al ver que era buena, le concedió tres deseos:
- En primer lugar, deseó que Maelon se descongelara.
- En segundo lugar, pidió que nunca más deseara volver a casarse.
- Y en tercer lugar, imploró a Dios para que atendiera todas las peticiones que ella hiciera en nombre de los amantes de corazón puro, para que todos ellos consiguieran encontrar la felicidad a través de la plena realización de su amor, o pudieran librarse de la pasión y sofocar sus sentimientos. Es decir, rogó a Dios para que nadie sufriera por amor.
Dios le concedió todos sus deseos y ella, a cambio, le entregó su vida. Una vida de completa dedicación. Se retiró a una pequeña isla muy cerca de Anglesey (Ynys Mon), donde fundó un convento. Ahora, el nombre de esa isla es Llanddwyn, ya que en galés significa “La iglesia de Santa Dwynwen”. Su pozo sagrado, un manantial de agua fresca llamado Ffynnon Dwynwen, que podría ser algo así como “el bastón de Dwynwen”, se convirtió en un lugar de peregrinaje. Contaban que se podía averiguar si un amante iba a ser fiel observando los movimientos de los pececillos que vivían en el pozo. Al parecer, era la mujer quien llevaba a cabo esta especie de ritual. Primero, esparcía migas de pan sobre la superficie del agua para, seguidamente, colocar su pañuelo sobre ellas. Si la tela permanecía en calma, habría que preocuparse. En cambio, si el pañuelo se movía, es decir, si los peces subían a la superficie a comerse las migas, la dama podía estar tranquila, ya que su amante le sería por siempre fiel.
Las ruinas de la capilla de Llandddwyn aún pueden visitarse. Se construyeron en el siglo XVI, durante la época de los Tudor, sobre el emplazamiento original del convento que fundó Dwynwen. También se erige en la isla una cruz latina dedicada a la santa. Además, su nombre perdura en la ciudad de Porthddwyn y alzaron en su recuerdo una iglesia en Cornwall.
Uno de sus dichos fue: “Nada hechiza tanto el corazón de una persona como la alegría”.
Y nada, añado yo, hubiera sido capaz de conquistar el endurecido corazón del magus como la dulzura y la inocencia de la niña galesa. Puede que no rezaran a esta santa, pero desde aquí os aseguro que vela por ellos (y no es la única). Ahora se aman intensamente y, bajo su cuidado, les esperan muchos años de felicidad compartida. Todos lo deseamos.
Dedicado a Helenia y Tempus: “No importa el Tiempo, pero fuera hace frío”.
Debido a la distancia que se estableció entre ellos, la amargura y la desesperación de Maelon fueron cada vez más insoportables. Al ver su sufrimiento y sentir el suyo propio, Dwynwen se internó en los bosques y rezó fervientemente a Dios para que la ayudara a poner fin a la tristeza que le asolaba tanto a ella como a su amante. Tras sus rezos, cayó plácidamente dormida y soñó que la daban de beber un dulce néctar que la libró inmediatamente de los desvelos de su amor y consiguió que su corazón olvidara la pena. Sin embargo, Maelon se transformó en una estatua de hielo al beber la poción. De nuevo rezó Dwynwen y Dios, al ver que era buena, le concedió tres deseos:
- En primer lugar, deseó que Maelon se descongelara.
- En segundo lugar, pidió que nunca más deseara volver a casarse.
- Y en tercer lugar, imploró a Dios para que atendiera todas las peticiones que ella hiciera en nombre de los amantes de corazón puro, para que todos ellos consiguieran encontrar la felicidad a través de la plena realización de su amor, o pudieran librarse de la pasión y sofocar sus sentimientos. Es decir, rogó a Dios para que nadie sufriera por amor.
Dios le concedió todos sus deseos y ella, a cambio, le entregó su vida. Una vida de completa dedicación. Se retiró a una pequeña isla muy cerca de Anglesey (Ynys Mon), donde fundó un convento. Ahora, el nombre de esa isla es Llanddwyn, ya que en galés significa “La iglesia de Santa Dwynwen”. Su pozo sagrado, un manantial de agua fresca llamado Ffynnon Dwynwen, que podría ser algo así como “el bastón de Dwynwen”, se convirtió en un lugar de peregrinaje. Contaban que se podía averiguar si un amante iba a ser fiel observando los movimientos de los pececillos que vivían en el pozo. Al parecer, era la mujer quien llevaba a cabo esta especie de ritual. Primero, esparcía migas de pan sobre la superficie del agua para, seguidamente, colocar su pañuelo sobre ellas. Si la tela permanecía en calma, habría que preocuparse. En cambio, si el pañuelo se movía, es decir, si los peces subían a la superficie a comerse las migas, la dama podía estar tranquila, ya que su amante le sería por siempre fiel.
Las ruinas de la capilla de Llandddwyn aún pueden visitarse. Se construyeron en el siglo XVI, durante la época de los Tudor, sobre el emplazamiento original del convento que fundó Dwynwen. También se erige en la isla una cruz latina dedicada a la santa. Además, su nombre perdura en la ciudad de Porthddwyn y alzaron en su recuerdo una iglesia en Cornwall.
Uno de sus dichos fue: “Nada hechiza tanto el corazón de una persona como la alegría”.
Y nada, añado yo, hubiera sido capaz de conquistar el endurecido corazón del magus como la dulzura y la inocencia de la niña galesa. Puede que no rezaran a esta santa, pero desde aquí os aseguro que vela por ellos (y no es la única). Ahora se aman intensamente y, bajo su cuidado, les esperan muchos años de felicidad compartida. Todos lo deseamos.
Dedicado a Helenia y Tempus: “No importa el Tiempo, pero fuera hace frío”.