martes, 28 de agosto de 2007

Santiago de Compostela

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Santiago de Compostela, (Verano, 2007).

Corría el s. IX cuando un obispo, llamado Teodomiro, encontró un sepulcro que según contó, guardaba los restos mortales de Santiago el Mayor. Santiago Apóstol, hijo de Zebedeo y Salomé (cuya estatua podemos ver en la Catedral de Santiago), dedicado a la pesca. Abandonó a su familia y dejó su trabajo para, junto con su hermano, Juan, seguir a Jesús y formar parte de los doce apóstoles. Santiago murió asesinado en Jerusalén, decapitado por Herodes.

Sus restos habían sido encontrados en el fin del mundo conocido, algo que no desaprovecharía, el por aquel entonces monarca de Asturias, Alfonso II, que mandó construir a su alrededor una iglesia. Iglesia que sería una basílica, con la llegada de Alfonso III, y el germen de una ciudad que sería destruida durante la campaña de Almanzor (a finales del s. X). Con su reconstrucción fue dotada de murallas, y fue Urbano II, aquel papa que convocó la primera cruzada por 1095, en Notre Dame du Port, Clermont (ver el post de la I Cruzada, más abajo), el que concedió el traslado de la sede episcopal de Iria Flavia a Santiago. El renacimiento de la ciudad trajo consigo la reconstrucción de la basílica destruida, sobre cuyos cimientos se erigió la magnífica catedral de Santiago de estilo románico, y se talló el Pórtico de la Gloria. Realizado por el maestro Mateo, tardó en esculpirlo veinte años, inspirado en los personajes litúrgicos del Ordo Prophetarum (procesión de los poetas). Utilizado para reforzar la devoción de los fieles, narra los augurios de la llegada del Mesías, pronunciados por profetas bíblicos o paganos. El Pórtico de la Gloria, representa a personajes tales como Virgilio, la Sibila, o el santo Balaam, príncipe de la india. De este profeta se dice que su padre, un hombre cuya vida había estado plagada de mucho sufrimiento, mandó construir un palacio en una isla, para que su hijo no tuviera que conocer el significado del dolor. Una noche el muchacho se despertó y descubrió en los rostros de sus sirvientes la máscara del sufrimiento, producto de terribles pesadillas. Asustado por semejante visión que nunca antes había contemplado, trepó los altos muros y escapó de la isla a nado. Y allí, una vez alcanzada la tierra firme, se topó con el dolor. Descubrió el rostro velado y la muerte, verdaderas y únicas hebras de las que está hecha la vida.

Santiago había nacido, y con su llegada atrajo a millones de peregrinos durante la edad media, hecho que fue secundado por las órdenes monásticas cluniacenses y agustinianos, así como por los monarcas que garantizaban protección a todos los viajeros cuyo destino fuera Santiago, que atravesaran sus tierras. La ciudad comenzó a prosperar económicamente, y obtuvo el permiso de acuñar moneda. Santiago estaba a la altura de Roma o Jerusalén (más tarde se unirían a ellas Canterbury, mirar el post de Thomas Becket), y con la caída de ésta en manos de los cristianos (como consecuencia de la I cruzada), en 1099, el nacimiento de las órdenes militares se extendió a todos los lugares de peregrinación, de forma que los templarios acudieron a la península y jalonaron los caminos de hospitales y monasterios, para ofrecer protección a los peregrinos. La peregrinación quedó ordenada y codificada en el Liber Sancti Iacobi, donde se describía el camino y se alertaba a los peregrinos sobre sus peligros.

Sobre la peregrinación a Santiago había leído algunas cosas que comenté a mis compañeros de viaje. Recordaba con especial viveza una leyenda que había leído en un libro de Cardini, que decía que aquellos que no habían realizado su peregrinación en vida, lo debían hacer después de ésta, y que en ocasiones se producía un encuentro entre los vivos y los muertos, sobre los múltiples puentes que llegaban a la ciudad del Apóstol; aunque si esto sucedía podían llevarse con ellos la ansiada vida perdida. Como respuesta obtuve “San Andrés de Teixido, vas de muerto si no fuiste vivo”. Y es que al parecer, según me contaron, cuando Jesús caminaba por la tierra junto con Pedro, se les apareció Andrés, lamentándose de su escasa popularidad, y de lo mucho que echaba de menos tener numerosos fieles que acudieran a él. Jesús le tranquilizó, y le aseguró que todo aquel que no fuera estando vivo, pagaría su descuido acudiendo tres veces al pueblo de San Andrés, una vez hubiera caído. También me anunciaron que es costumbre en ese lugar orientar a culebras y alimañas allí donde se encuentra San Andrés, pues tal vez su fortuna hubiera querido desorientarlos mientras realizan su penitencia después de muertos.

Y a pesar de todo lo que me tenía reservado este viaje, encontré en Santiago el aroma del cambio, y con él vinieron nuevos amaneceres. Adieu, verano.

viernes, 24 de agosto de 2007

La Torre de Babel

Pieter Brueghel el Viejo, 1563.

Siempre me han llamado la atención algunas historias bíblicas. Pese a que no soy creyente, la fascinación que han ejercido sobre mí las Sagradas Escrituras siempre ha sido importante. Creo que esta es de las mejores. La Torre, una construcción de tipo zigurat, se convierte en símbolo de la confusión que invade al hombre cuando no puede comunicarse con sus semejantes, porque cada uno emplea su propio idioma. Esta situación, inicialmente caótica fue (según el relato bíblico) deliberadamente provocada por Dios, para castigar el orgullo ilimitado de los seres humanos que pretendían llegar a tocar el cielo con sus manos. ¿Qué mejor manera de explicar la multitud de lenguas que existen en el mundo? Eso sí, también hay datos históricos y arqueológicos porque en esas ciencias sí que creo. Es un placer volver con vosotros.
Texto del capítulo 11 del Génesis:
1 Todo el mundo hablaba una misma lengua y empleaba las mismas palabras.
2 Y cuando los hombres emigraron desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí.
3 Entonces se dijeron unos a otros: "¡Vamos! Fabriquemos ladrillos y pongámoslos a cocer al fuego". Y usaron ladrillos en lugar de piedra, y el asfalto les sirvió de mezcla.
4 Después dijeron: "Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra"
5 Pero el Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo,
6 y dijo: "Si esta es la primera obra que realizan, nada de lo que se propongan hacer les resultará imposible, mientras formen un solo pueblo y todos hablen la misma lengua.
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Bajemos entonces, y una vez allí, confundamos su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros".
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Así el Señor los dispersó de aquel lugar, diseminándolos por toda la tierra, y ellos dejaron de construir la ciudad.
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Por eso se llamó Babel: allí, en efecto, el Señor confundió la lengua de los hombres y los dispersó por toda la tierra.
Nemrod, quien fue el primero en hacerse rey después del Diluvio, y a quien la Biblia identifica como un poderoso cazador opuesto a Yahvé, es señalado como el verdadero gestor de la idea de llevar a cabo esta enorme empresa. Algunos han intentado identificarlo con Sharrukin o Sargón I de Akkad, el fundador del primer Imperio semita (acadio) de que se tiene memoria. Otros creen ver en este vigoroso cazador la figura del dios asirio Ninurta, dios de la guerra y de la caza que, como Nemrod, se placía en cazar a sus enemigos. Al no disponer de piedra para la construcción, se decidió fabricar ladrillos. Y como tampoco contaban con cal, usaron betún como argamasa.
El tiempo aproximado de su construcción puede deducirse de la siguiente información. Péleg (cuyo nombre se perpetuó en el de una ciudad en la confluencia del Éufrates con el Khabor, mencionada en las tablillas de la ciudad de Mari, en el Éufrates medio, y que en la época grecorromana llevó el nombre de Phaliga) habría vivido desde, aproximadamente, el 2269 hasta el 2030 antes de Cristo. Su nombre significa "División", porque "en sus días se dividió la tierra", esto es, "la población de la tierra"; "de allí los había esparcido Yahvé sobre toda la superficie de la tierra". Un texto cuneiforme de Shar-kali-sharri, rey de Akkad (y sucesor de Sargón I de Akkad), quien vivió en el tiempo de los patriarcas, menciona que restauró una torre-templo en Babilum (Babel, Babilonia), con lo que da a entender que tal edificio existía antes de su reinado. De hecho, en los registros sumerios aparece mencionada como Kadingira, que es el equivalente sumerio del akkadio Babilum.
Curiosamente, durante cuatro siglos arqueólogos occidentales intentaron ubicar esta famosa construcción en la zona del actual Irak. Entre otros sitios, fue buscada en Akar Quf (al oeste de Bagdad), donde antaño existió Dur Karigalzu (las ruinas retorcidas de cuyo zigurat, identificado por algunos viajeros con la Torre de Babel, todavía desafía a los vientos que la han modelado); y en Birs Nimrud, donde se encuentran las ruinas de la antigua Borsippa, situada cerca de los restos de Babilonia, hacia el suroeste.
En 1913, el arqueólogo Robert Koldewey encontró una estructura en la ciudad de Babilonia que él identificó como la torre de Babel. Esta torre habría sido destruida y reconstruida en numerosas ocasiones, debido al cambiante destino de la zona. La destruyeron los asirios y también los arameos. Y fue reconstruida en varias oportunidades por los príncipes caldeos, entre ellos Nabopolasar (625-605 antes de Cristo). Se estima que la construcción más antigua de la Etemenanki, «Casa del Fundamento del Cielo y de la Tierra», se construyó durante el III milenio antes de Cristo.
La base de esta torre habría sido un cuadrado de 92 m de lado, y su altura original habría sido aumentada en tiempos de Nabopolasar y Nabucodonosor II (605-592 antes de Cristo), para hacerla una digna exponente de su poderío y grandeza. Cálculos basados en otras excavaciones arqueológicas determinaron que esta torre escalonada pudo haber tenido entre 60 y 90 m de altura. Se conserva una muy interesante y detallada descripción de este zigurat en los escritos de Heródoto, llamado el "Padre de la Historia", quien visitó Babilonia.
En medio de cada uno de los dos grandes cuarteles en que la ciudad se divide, hay levantados dos alcázares. En el uno está el palacio real, rodeado con un muro grande y de resistencia, y en el otro un templo de Júpiter Belo con sus puertas de bronce. Este templo, que todavía duraba en mis días, es cuadrado y cada uno de sus lados tiene dos estadios. En medio de él se va fabricada una torre maciza que tiene un estadio de altura y otro de espesor. Sobre esta se levanta otra segunda, después otra tercera, y así sucesivamente hasta llegar al número de ocho torres. Alrededor de todas ellas hay una escalera por la parte exterior, y en la mitad de las escaleras un rellano con asientos, donde pueden descansar los que suben. En la última torre se encuentra una capilla, y dentro de ella una gran cama magníficamente dispuesta, y a su lado una mesa de oro. No se ve allí estatua ninguna, y nadie puede quedarse de noche, fuera de una sola mujer, hija del país, a quien entre todas escoge el Dios, según refieren los Caldeos, que son sus sacerdotes.
Para tratar de desentrañar el misterio generado alrededor de la torre babilónica hay que partir de la aseveración de su existencia. Sin duda alguna fue un monumento concreto. Cobró gran trascendencia hasta el punto de integrarse al folklore de los pueblos, como respuesta a la inquietud por el empleo de tantas lenguas. Etimológicamente el nombre "Babel" nace de dos raíces. La babilónica "Bab-ilu" (puerta de Dios) y la hebrea "balal" (confusión). Las dos perfectamente aceptables dentro de su valor contextual. Hoy sólo se conservan ruinas de ella ya que su construcción fue hecha con materiales muy sensibles a la intemperie.

Eryri